Son varios los mitos sobre el origen del liso y su nombre. La más conocida es la historia que le adjudica a Otto Schneider -el maestro cervecero- el origen del término. Este, siempre pedía cerveza con la aclaración de que la sirvieran en un vaso más pequeño (unos vasos de 350 centímetros cúbicos de capacidad y totalmente lisos). Su objetivo era poder sentir más la bebida y, además, evitar que se calentara. Otto Schneider llegó desde Prusia a la Argentina en 1906. Tuvo un paso fugaz por la Ciudad de Buenos Aires para luego arribar a la zona de la capital santafesina, porque creía que allí estaba el insumo más codiciado e importante de toda cerveza: el agua. Según el europeo, los brazos del río Paraná tenían una calidad similar a las aguas del río Plzen (Pilsen) de República Checa. Otto Schneider también fundó un bar que se llamó Recreo con la intención de poder degustar cerveza de calidad y recientemente producida. La bebida iba directamente a un barril y sin haber sido pasteurizada. Ese toque mágico le dio un gusto distinto, la hizo más liviana, menos turbia y al servirla bien helada eclipsó a los santafesinos que poco a poco se fue acostumbrando a tomarla de ese modo. No pasteurizar la cerveza es prácticamente un fenómeno local que no se da en casi ningún otro lugar. Dato curioso: El liso santafesino fue declarado Patrimonio Cultural Inmaterial en 2014.